Las curvas antes que el currículo
di Lucia Magi, pubblicato su El pais 25/01/2011
La mujer italiana es rehén de la imagen frívola que transmiten sus líderes y los medios – En plena causa por prostitución contra Berlusconi, cada vez más voces rompen el silencio ante el machismo
“¿Es su hija la nueva novia de Berlusconi?”, le pregunta a un señor de mediana edad el reportero, ansioso por encontrar a la misteriosa pareja que Il Cavaliere declaró tener, como prueba de que no se acuesta con prostitutas menores de edad. “Ojalá lo fuera”, contesta el hombre. Una chica de veintipocos años y un hombre de 74. No es precisamente lo que un padre soñaría para su hija. Pero en Italia, a veces, los deseos naturales -que una hija estudie, encuentre un buen trabajo, crezca sana, se enamore, sea feliz…- se tuercen de forma perversa.
La investigación de la fiscalía milanesa a Il Cavaliere por delitos de prostitución de menores agravada y abuso de poder sobre un funcionario ha dejado al descubierto el estereotipo femenino del Belpaese: mujeres esbeltas, con curvas bien posicionadas, bolsos de Louis Vuitton grandes como maletas, gafas de sol que cubren medio rostro. “Piensan que el éxito es eso. Lo piensan porque es lo que han visto y oído, es lo que proponen el ejemplo del poder, su televisión y sus líderes”, comenta Concita de Gregorio, directora del diario izquierdista L’Unità.
Con la telebasura de Mediaset, con los chistes machistas utilizados como declaraciones públicas e instrumento de consenso electoral, con una conducta privada salpicada de escándalos, Silvio Berlusconi está detrás de una denigración y frivolización de la imagen de la mujer que la ha convertido en su rehén. Y, en los últimos tiempos, ha logrado agitar el movimiento de gentes que dicen ¡Basta ya! Un vivero de colectivos y asociaciones femeninas se ha plantado y ha iniciado un rescate cotidiano, lejos de las cámaras, que sitúa de nuevo el debate sobre la identidad de género en el centro de la actualidad.
“Quizá en forma menor, pero también en otros países, la publicidad transforma a la mujer en producto. El problema es que en Italia la política misma es marketing. No existe otro modelo, ni exterior ni de valores”, considera Michela Marzano, profesora de Ética en la Universidad parisina René Descartes, autora de Sii bella e stai zitta (Sé guapa y cállate). “La estética se ha moralizado: construyes tu identidad, tu posición social, sobre tu físico, puedes triunfar solo si eres atractiva, si eres un cuerpo acallado, complaciente, que se amolda a presuntas fantasías masculinas”. Y la política funciona como la televisión.
En este casting continuo no valen mucho la preparación, las habilidades, las horas de estudio, las becas, los saltos mortales para llegar a recoger a los niños, hacer la compra y entregar un informe en el trabajo. “Las mujeres vienen elegidas y premiadas no conforme al mérito, sino a otros factores que poco tienen que ver con la profesionalidad, el empeño, la inteligencia”, se indigna Giulia Bongiorno, abogada, madre, presidenta de la comisión de Justicia en el Congreso, en una carta al diario La Repubblica. Es algo que subrayaba Sofia Ventura, analista de Fare Futuro (web-magazine cercana al derechista Gianfranco Fini) cuando en 2009 lanzó su j’accuse a la política y a su vicio de elegir avelinas (bailarinas) para cargos importantes: “El uso instrumental del cuerpo femenino denota un escaso respeto para los que se han ganado un espacio con sus capacidades y trabajo”, escribió.
“Las nuevas generaciones han sido envenenadas por lo que llegaba de la televisión. Mientras, con el mismo esquema estético-moral se hacía política”, sostiene Lorella Zanardo, autora del documental El cuerpo de las mujeres, emitido en canales nacionales, 20 minutos de cuerpos casi desnudos, la mujer como mero objeto de deseo. “Se ha impuesto un ideal homologado. Alguien se considera guapa si es igual a las otras, si es de plástico. La cirugía garantiza el acceso al éxito”, glosa Tommaso Ariemme, profesor de Estética en Perugia y Lecce y autor del ensayo Contra la falsa belleza.
Sepultada bajo la mujer de plástico, que exhibe su boca hinchada como se esgrime el diploma de un máster o el certificado de conocimiento de un idioma extranjero, a la italiana de carne y hueso le cuesta marcar sus pautas. Le cuesta que la política atienda sus necesidades y le cuesta que en la cultura colectiva, se aprenda a tratarla con justicia.
En Italia, una de cada dos mujeres no trabaja fuera de casa y tiene menos hijos que en el resto de Europa (1,3 frente a 1,51 de media), porque hay que esperar años para que el empleo sea estable. Y, cuando llega el primer bebé, una de cada tres debe abandonar su puesto. No hay guarderías, así que mejor que siga trabajando el hombre, que gana más.
El Eurobarómetro de 2008 y otros indicadores dan más argumentos sobre la primacía en este país de estereotipos machistas. Los italianos, indica la encuesta europea, se sentirían menos cómodos con una primera ministra. Y, según el World Values Survey, el 80% de la población piensa que el hijo sufre si la madre trabaja mientras el pequeño no va al cole. Pero hay otro dato significativo. En Italia, puntera en el mundo por las luchas feministas de los setenta, los periódicos, los telediarios, y los ciudadanos, siguen hablando de “móvil pasional” en los crímenes de violencia machista.
“Son problemas institucionales y culturales: llevamos 20 años sin políticas serias de conciliación e igualdad y la gente no acepta la efectiva emancipación, en el hogar y en el empleo”, dice Daniela Delboca, economista de la Universidad de Turín, quien asesoró a Gabinetes de centroizquierda.
Los datos retratan a la italiana en una situación laboral y familiar que parece un cuadro antiguo. “La tasa de ocupación femenina es del 46% (según el Istat, el INE italiano), dice Paola Profeta, catedrática de la Universidad Bocconi. En España es del 55%. “Somos las últimas en Europa, solo Malta lo hace peor”. Esta cifra creció hasta los noventa, se estabilizó con el nuevo milenio, en los últimos dos años ha bajado: las mujeres no solo no entran en el mercado del trabajo, sino que salen de él. Sin embargo, están más preparadas que los varones, como precisa Profeta. “De cada 100 jóvenes que acaban la carrera, 60 son chicas”. Pero es algo que no se refleja en los puestos directivos. “Entre las empresas cotizadas [en Bolsa], solo el 5% tiene un miembro femenino en los consejos de administración; en el Congreso y en el Senado alcanza un escaso 20% -en España es el 36% y 28% respectivamente- y de los 24 ministerios, cinco están en manos femeninas [Juventud, Turismo, Medio Ambiente, Igualdad y Educación]”. Con el embarazo, el 27% de las mujeres abandona su carrera, porque ni el 13% de los bebés acude a una guardería. El Estado social delega en la familia. Trabajan las que tienen cerca a los abuelos. “El país está paralizado porque excluye a la mitad de sus ciudadanos del mundo laboral. Si se colmara la diferencia de género, el PIB italiano aumentaría un 22%”, resume Delboca, experta en economía de género.
La imagen de una mujer sometida al hombre de poder, rehén de la apariencia, de valores efímeros y superficiales, ahoga a la mujer real. Las chicas que según la fiscalía se prostituían en la mansión milanesa de Il Cavaliere han zanjado a su manera las reivindicaciones de igualdad: utilizan su cuerpo en lugar que su cabeza. La otra mujer, la de carne y hueso, no se ve, aunque está en el supermercado, en el pupitre de la universidad, en la cola del cine. La política se olvida de ella, en la crónica es un fantasma, en la publicidad una quimera. Pero existe. En este culebrón de bajo presupuesto, se indigna, vuelve a formar redes, anima debates, levanta la cabeza y estira la espalda.
La mortificación de la dignidad femenina, herencia más sangrante del berlusconismo, está siendo el motor de una nueva participación colectiva. Un transversal tropel de mujeres y, también de hombres, vuelve a poner sobre la mesa la identidad de género, se empeña en proporcionar una alternativa. En los últimos meses han nacido muchos grupos. Se reúnen en teatros prestados en la noche del cierre semanal, en librerías independientes que se llenan en pocos minutos. Son mujeres que compaginan casa, trabajo y niños, que lanzan sus peticiones en blogs y en Facebook. Parecen conspiradoras, empeñadas en un proyecto de urdidores clandestinos. Pero son sencillamente ciudadanas que no se conforman.
“Nos juntamos por una común desorientación: el país ha dejado de interpretarnos y representarnos. No se nos parece en nada”, cuenta Renata Pepicelli del grupo Filomena, nacido en Roma hace año y medio. “No hay políticas para la mujer y, además, se proyecta de ella una imagen unidireccional, infame. Pensamos que era necesario dar visibilidad a las mujeres reales”. Las componentes de Filomena, estudiantes, profesoras, periodistas, autónomas, de distintas edades y origen político-cultural, han difundido un videomanifiesto: “Numerosas mujeres contribuyen a la historia del país y le dan un alto perfil. Cada día escriben historias de dignidad y esperanza, pero quedan en la sombra. Aquí van algunas: Rita Levi Montalcini, premio Nobel de Medicina; Tina Anselmi, política; Elsa Morante, escritora; Emily, que para cuidar de mi anciana madre ha dejado a su hija en Filipinas; María, que ha tenido que renunciar a su trabajo porque la guardería era cara…”. Una larga lista de nombres, famosos y desconocidos, “para decir que existe otra cara. Hay que enseñarla a los jóvenes”, dice Pepicelli.
En la Red se persiguen peticiones. La impresión es que Ruby Robacorazones representa la última gota en un vaso ya repleto. Las diputadas y votantes del Partido Democrático (principal fuerza de oposición de centro-izquierda) piden la dimisión del primer ministro. La misma apelación llega de grupos de Milán, Turín, Nápoles, Bolonia, donde el colectivo Donnepensanti ha lanzado su campaña.
La tribuna de la directora de L’Unità ha logrado ya 37.000 adhesiones. 15.000 han compartido en pocas horas el artículo de Bongiorno, diputada elegida en el partido delpremier (ahora con Fini). Algo se agrieta hasta en las sólidas filas del berlusconiano Pueblo de la Libertad. Sara Giudice, 25 años, concejal de un barrio milanés desde 2006, recolecta firmas por “una cúpula del partido más ética”. El independiente El Cuerpo de las Mujeres se ha convertido en todo un fenómeno. Su autora no para de recorrer la península para debates públicos y encuentros.
“Las mujeres vigilan la salud del país”, reflexiona la profesora Profeta, que fundó otro grupo, Pari o Dispare, que presiona al Gobierno para que apruebe la ley de cuotas femeninas que está en el Parlamento. Actrices y rostros del espectáculo -pero no solo- dieron vida a Di Nuovo: “En Italia no existe igualdad de género. Mientras vemos a chicas que se forran por menear sus muslos, las mujeres normales trabajan, cuidan de los niños, de los ancianos, de la casa: estamos agotadas”, dice Cristina Comencini, directora de cine, guionista y escritora. Según el Istat, en Italia una mujer trabaja 80 minutos más que un hombre cada día. En España, 54.
“Los hombres también debatimos sobre el uso del cuerpo femenino. Y no para sostener a las mujeres, sino porque nos sentimos ofendidos en primera persona”, dice Stefano Ciccone, fundador de Maschile Plurale (Masculino Plural), que tiene grupos en las principales ciudades y organiza talleres en las escuelas. Si la imagen de ella está pisoteada, le pasa lo mismo a la de él: forzadamente machote, homófobo, frívolo, siempre -con cualquier edad y situación sentimental- ligón y sexualmente hambriento.
El documental Sisters of Italy, en el que los periodistas suizos Lorenzo Buccella y Vito Robbiani entrevistan a 101 mujeres desde Milán hasta Bari, ejemplifica este esquema en su arranque: dos chicas de Arcore -el pueblo en las afueras de Milán donde Berlusconi tiene su mansión- cuentan haberlo encontrado un sábado por la tarde en el centro comercial. “Él se acerca, nos aprieta las manos, sonríe y exclama: ‘Hola, guapas’, y se va”.
“¿Qué le ha pasado al hombre? ¿De veras aspira a una pareja muda? Yo sueño con una sexualidad que no se configure como relación de poder, sino como encuentro del deseo emancipado de otra persona”, explica Ciccone. “La reacción moralista es lo que más me molesta”, continúa. “Se dice: ‘todo el mundo desea a una chica joven, de pecho generoso, que cuando la llamo viene corriendo, o, mejor, me la traen a casa los amigos, sin perder tiempo en cortejos. Somos todos como él en el fondo. Yo no hago estas cosas porque no puedo (y entonces soy un pringado) o porque soy bueno (sé controlarme)”.
Ciccone parafrasea un razonamiento que circula en la televisión de media tarde, en los reportajes de calle de los diarios y en la cafetería de la vuelta de la esquina. “Nos venden ese código como resultado de libertad e inhibición, pero a mí me suena falso, impuesto, me transmite un gran sentido de soledad y tristeza. No todos los hombres buscamos una sexualidad autista. Nosotros también vivimos atrapados en un estereotipo. Yo, y centenares de miles como yo, no somos así”.
Yo no soy así: un mantra, un amuleto verbal, que se repite estos días en la boca de muchos italianos. E italianas.
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